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Una ventana al mundo “SOLO”, de Matías Costa

  • Foto del escritor: Eva Lozano Pedraza
    Eva Lozano Pedraza
  • 8 dic 2020
  • 4 Min. de lectura

Oscuridad. Marcos imperceptibles sobre fondo negro. Una escalera rectangular en el centro de la sala circular. Cuatro plantas. Una música lenta, pausada, únicamente tempo. Ninguna voz. Intimismo y la sensación de estar viendo algo prohibido. Su camino. Su viaje de autoconocimiento. Un trabajo inacabado y que continua su proceso de creación. Un cartel que reza: “A consecuencia de un hecho actual otro anterior cobra importancia”. Y un argentino que responde al nombre de Matías Costa como autor de todo ello.


La sala Canal de Isabel II acoge del 1 de diciembre del 2020 al 31 de enero de 2021 la exposición “SOLO”, del fotoperiodista Matías Costa que recoge el trabajo de tres décadas de viajes. Una exposición mágica que a través de imágenes dialoga y nos muestra algunos de los principales conflictos del siglo XXI. Las fronteras, el desarraigo, la carrera capitalista, colonialismo, guerras… De forma paralela se dibuja otra línea temporal, la del propio autor a través de sus cuadernos de viaje, donde se recoge una reflexión sobre el paso del tiempo, el sentido de la vida, y lo más importante, las personas que pasan por ella.


Siete series que se despliegan y bifurcan en cuatro salas distintas. Cuatro salas que cambian su color de fondo a medida que escalamos por ellas, pasando del negro más profundo en la planta baja al blanco más puro en la última de ellas. El color nos sirve de guía, al igual que el de sus imágenes y su trabajo, que cambia del blanco y negro al verde exótico de Latinoamérica. Una sorpresa se nos ofrece en la quinta planta, una ventana al universo casi onírico del autor, un lugar en el que tumbarse a escuchar y mirar.



No hay relojes, el tiempo parece estar suspendido en un presente eterno que nos trae de vuelta un pasado no tan lejano. Hijos del vertedero, la primera serie ubicada en la primera planta, junto con El país de los niños perdidos, y Extraños. Una primera toma de contacto con la que nos convertimos en sombras, al igual que los protagonistas de las fotografías en blanco y negro. Niños, muchos niños, pero niños alejados de sus infancias, con gestos, actitudes y actividades adultas. Un aula, libros de caligrafía, una mirada de un recién nacido nos muestra esa infancia robada por los adultos. Es un retrato que huye de la visión victimista y nos muestra “lo que hay”, nos muestra lo que somos y lo que hemos hecho con el mundo que habitamos.


Alambre de espino, luces cegadoras…, cuerpos sin vida. Esas vidas que buscando una mejor acaban quedándose en el camino. Personas que huyen del horror encontrándose de bruces con vallas, fronteras y burocracia. Movimiento, una velocidad de obturación lenta. Números y más números. Personas que pierden su identidad y se convierten en un simple 210. Oscuridad y penumbra. Tristeza y cierta sensación de jubilo por haber llegado. Un retrato fiel a uno de los mayores problemas del siglo XXI, la crisis de los refugiados.


Segunda planta. De fondo un tono gris que contrasta con la fotografía a color que en ella se encuentra. Dos series más, Cuando todos seamos ricos y Cargo. Nos muestran historias de la industrialización más reciente. De esa china postcomunista que busca enriquecerse a todo casto. Trabajadores, maquinaria…, y una ciudad en construcción, una ciudad que no descansa ni siquiera en la noche. También la otra cara de la moneda. Luces de colores, de neón, como las que encontramos en las discotecas. Fiestas y alcohol, una vida de sensaciones limitada a las altos horas de la noche.


Por otro lado, Cargo, donde el autor nos sumerge en el mundo marítimo. En los grandes viajes de mercancías. En las miradas rudas y fatigosas de los marineros. Las manos, elemento indispensable, manos unidas a cuerdas. Pieles teñidas por el sol. Una historia de abandono de antiguos barcos pesqueros o mercantiles, eso es lo de menos, que se disfrazan de óxido y nostalgia. Vemos también las caras de los marineros, y a través de sus ojos retratan la vida de alta mar que nos hace retornar a los cuentos de piratas de la infancia.


Subimos un bloque de escaleras más, un fondo de color intermedio entre un gris y un blanco, entramos en un nuevo escenario. Zonias, un viaje por el exotismo del Canal de Panamá y esa aventura fallida en su control por parte del gobierno estadounidense. El contraste de la selva, de la naturaleza incontrolada con construcciones blancas. Una chica que ve la ciudad desde un rascacielos. El mapa del canal de Panamá que cuelga roto y resquebrajado de una pared. Una gran caravana de autobuses que yacen abandonados a su suerte y que empiezan a ser devorados por las plantas que poco a poco van recuperando el sitio que se les negó.


Último tramo de escaleras. O al menos eso es lo que pensamos todos los que nos hemos acercado a ver esa pequeña ventana al mundo de Matías Costa, a nuestro mundo. Ya no cabe duda, un fondo blanco inmaculado. The Family Project. Fotografías personales que ha ido tomando Costa a lo largo de sus vida, las típicas fotografías que haces para ti y que nunca esperas que sean vistas. Fotografías que recuerdan al mundo de los sueños. Algo difuso que cabalga entre la realidad y el subconsciente. Unas escaleras que llevan al cielo. Una bandada de pájaros que parece salida de la mítica película de Alfred Hitchcock. Unos globos con cara sonriente que han quedado sin dueño en una vieja vitrina. Y al fin, el gran final.


La curiosidad mató al gato, eso es lo que se suele decir ¿no? En esta ocasión todo lo contrario, la curiosidad despertó a ese gato. Por gato me refiero a los visitantes, que llegan a la última sala esperando finalizar su recorrido y se encuentran con unas pequeñas escaleras que llevaban a una gran sala circular con una cúpula. Una sala rodeada en todos sus lados por sillones en los que los espectadores pueden y deben sentarse a observar. Tres grandes pantallas que ocupan la mitad de la sala y que nos muestran un video que entre mezcla las fotografías y los cuadernos de viaje del autor. Una entrada de lleno al viaje que ha realizado, y sigue realizando, Matías Costa. Y la frase que leíamos al principio: “A consecuencia de un hecho actual, otro anterior cobra importancia”.

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